TED BUNDY:
Ted
Bundy era un hombre inteligente y atractivo. El 24 de enero de 1989 fue
ejecutado en la silla eléctrica era su castigo por haber matado
sádicamente a más de 30 mujeres.
Porque
Bundy, nacido en 1946 y antiguo boy scout, no encajaba en el perfil
macabro del psicópata. Licenciado Psicología, se había involucrado en
política y se le consideraba como una joven promesa del Partido
Republicano. Bundy era además un ‘gentilhomme charmant’, un joven guapo y
jovial con facilidad de palabra. Aquella máscara escondía a un monstruo
despiadado.
Para
cometer sus crímenes, Bundy apelaba a la bondad de sus víctimas.
Paseaba por los campus universitarios con muletas o con el brazo en
cabestrillo, y dejaba que sus libros se cayeran al suelo a la vista de
alguna chica. Ellas no podían negarle ayuda a un sujeto que inspiraba
confianza y ternura, y le acompañaban hasta su coche. Entonces Bundy las
golpeaba con una palanca e iniciaba la pesadilla.
Las
autoridades policiales jamás pudieron determinar el número exacto de
mujeres que sucumbieron a las atrocidades de Bundy en los 70. Ese
secreto se lo llevó a la tumba, aunque confesó cerca de treinta
asesinatos.
Los
expedientes de aquellos casos evidenciaban escabrosas violaciones,
descuartizamientos y prácticas necrófilas. Cuando todavía vivía en
Washington, Bundy se deshacía de los cadáveres en los frondosos bosques a
las afueras de Seattle. Sin embargo, regresaba a la escena del crimen
con frecuencia enfermiza. Pudo comprobarse que en ocasiones se llevaba a
casa cabezas decapitadas para aplicarles maquillaje.
En
el verano de 1975, la policía lo detuvo por conducción errática.
Registraron su vehículo y se encontraron con una cámara de los horrores
en el maletero: esposas, pasamontañas, barras de hierro… Y unas facturas
de gasolina que lo situaban en los lugares y las fechas en que
numerosas chicas habían desaparecido.
La
captura definitiva de Bundy fue nuevamente producto de la casualidad.
Conducía sin las luces puestas, y atrajo la atención de un agente que
logró reducirlo y llevarlo al calabozo, para exasperación de Bundy.
“Claro que me enfado”, comentaría en una entrevista televisiva, “Me
enfado y me indigno. No me gusta que me encierren por algo que no he
hecho. No me gusta que me arrebaten la libertad. No me gusta ser tratado
como un animal. No me gusta que la gente me escudriñe como si fuese un
bicho raro. Porque no lo soy”.
FISH, EL ABUELO
Nadie
podía haberse imaginado que este hombre de más de 65 años, de rostro
demacrado, cuerpo encogido y fatigado, cabello y bigote gris, ojos
tímidos podía esconder una personalidad como la que revela su informe
psiquiátrico: sadismo, masoquismo, castración y autocastración,
exhibicionismo, voyeurismo, pedofilia, homosexualidad, coprofagia,
fetichismo, canibalismo e hiperhedonismo.
Fish nace en 1870. En su familia existen numerosos antecedentes de perturbación mental, empezando por su madre que oye voces por la calle y tiene alucinaciones, dos de sus tíos internados en un psiquiátrico, una hermana demente, un hermano alcohólico, etc.
Fish nace en 1870. En su familia existen numerosos antecedentes de perturbación mental, empezando por su madre que oye voces por la calle y tiene alucinaciones, dos de sus tíos internados en un psiquiátrico, una hermana demente, un hermano alcohólico, etc.
Desde muy joven se inflige castigos masoquistas automutilándose, hundiéndose agujas de marinero en la pelvis y en los órganos genitales… en una ocasión es sorprendido en su habitación completamente desnudo, masturbándose con una mano y con la otra golpeándose la espalda con un palo del que sobresalen unos clavos.
Una
vez detenido por el asesinato de una niña, se confiesa autor de otros
muchos crímenes, como el caso de un niño de 4 años al que flageló hasta
que la sangre resbalaba por sus piernas, luego le cortó las orejas, la
nariz y los ojos, le abrió el vientre y recogió su sangre para bebérsela
a continuación, además de desmembrarlo y prepararse un estofado con las
partes más tiernas.
También
narra la historia de un joven vagabundo al que obligó a realizar toda
clase de actos sádicos, masoquistas y coprófagos durante dos semanas,
además de cortarle las nalgas en varias ocasiones para beber su sangre.
Finalmente intenta cortarle el pene con unas tijeras, pero cambia de
opinión al ver el sufrimiento del chico y arrepentido le da diez dólares
dejándolo huir.
Ante el psiquiatra explicó que por orden divina se veía obligado a torturar y matar niños, el comérselos le provocaba un éxtasis sexual muy prolongado.
Ante el psiquiatra explicó que por orden divina se veía obligado a torturar y matar niños, el comérselos le provocaba un éxtasis sexual muy prolongado.
También
confesó las emociones que experimentaba al comerse sus propios
excrementos, y el obsceno placer que le producía introducirse trozos de
algodón empapado en alcohol dentro del recto y prenderles fuego.
Durante
el juicio quedó probado que realizó todo tipo de perversiones con más
de 100 niños matando además a 15. Se descubrió también su extraño gusto
por hacerse daño a sí mismo, uno de sus sistemas favoritos era clavarse
agujas alrededor de los genitales. Una radiografía descubrió un total de
29 agujas en el interior de su cuerpo. Cuando se le preguntaba por la
cifra exacta, respondía sonriendo: “Por lo menos cien”.Tubo una sorprendente reacción después de ayudar a los guardias a colocarle los electrodos, y se mostró entusiasmado.
“Que alegría morir en la silla eléctrica. Será el último escalofrío. El único que todavía no he experimentado…”
PEDRO ALONSO LÓPEZ
Colombiano (nacido en Tolmia en 1949) fue expulsado de su hogar
al ser sorprendido por su madre, una prostituta que engendró 13 hijos,
mientras mantenía relaciones sexuales con una de sus hermanas.
El era el séptimo hijo.
Tardó más de un año en llegar a Bogotá, desamparado y famélico,
sin saber a quién acudir. Un hombre de edad le ofreció casa y comida,
pero aquello no fue otra cosa que una perversa treta para violarlo.
Muy duramente iniciaba el aprendizaje de la vida, que no le ahorraría dolores y humillaciones y
despertaría en él una inextinguible sed de venganza. La funesta experiencia
le hizo temer a los adultos y anidar un sentimiento de desprotección que
se acentuó a los 12 años, cuando acudió a una escuela para estudiar y
el maestro también intentó violarlo.
al ser sorprendido por su madre, una prostituta que engendró 13 hijos,
mientras mantenía relaciones sexuales con una de sus hermanas.
El era el séptimo hijo.
Tardó más de un año en llegar a Bogotá, desamparado y famélico,
sin saber a quién acudir. Un hombre de edad le ofreció casa y comida,
pero aquello no fue otra cosa que una perversa treta para violarlo.
Muy duramente iniciaba el aprendizaje de la vida, que no le ahorraría dolores y humillaciones y
despertaría en él una inextinguible sed de venganza. La funesta experiencia
le hizo temer a los adultos y anidar un sentimiento de desprotección que
se acentuó a los 12 años, cuando acudió a una escuela para estudiar y
el maestro también intentó violarlo.
Desconfió de todo y de todos. Solitario, se hizo ratero; ninguna
ocupación fija podría despejar las dudas y temores que la más simple
convivencia despertaba en él. Por cierto, de vez en cuando solía
suceder que la
policía le ponía la mano encima y antes de entregarlo al Tribunal de
Menores agregaba nuevas humillaciones y palizas que crecían en violencia
junto con su cuerpo. A los 18 años de edad recibió la más concluyente
prueba de la irracionalidad de ciertas decisiones de la Justicia
.Fue arrestado y condenado a siete años de prisión por robar un automóvil.
En la cárcel compartió celda con otros cuatro presos, que lo violaron
reiteradamente en la primera noche de su reclusión. Esa noche se graduó
en venganza. Ya no era niño para llorar en soledad sus penas y sus miedos.
Había aprendido otros códigos más eficaces. Sin exteriorizar
rencor alguno, esperó la llegada de la hora de la venganza.
No debió esperar demasiado. Robó un cuchillo de la cocina del penal y,
de noche, mientras sus compañeros de celda dormían profundamente
, los hundió en el sueño más profundo: degolló a los cuatro.
La Justicia sumó otros dos años a la condena que estaba sirviendo.
ocupación fija podría despejar las dudas y temores que la más simple
convivencia despertaba en él. Por cierto, de vez en cuando solía
suceder que la
policía le ponía la mano encima y antes de entregarlo al Tribunal de
Menores agregaba nuevas humillaciones y palizas que crecían en violencia
junto con su cuerpo. A los 18 años de edad recibió la más concluyente
prueba de la irracionalidad de ciertas decisiones de la Justicia
.Fue arrestado y condenado a siete años de prisión por robar un automóvil.
En la cárcel compartió celda con otros cuatro presos, que lo violaron
reiteradamente en la primera noche de su reclusión. Esa noche se graduó
en venganza. Ya no era niño para llorar en soledad sus penas y sus miedos.
Había aprendido otros códigos más eficaces. Sin exteriorizar
rencor alguno, esperó la llegada de la hora de la venganza.
No debió esperar demasiado. Robó un cuchillo de la cocina del penal y,
de noche, mientras sus compañeros de celda dormían profundamente
, los hundió en el sueño más profundo: degolló a los cuatro.
La Justicia sumó otros dos años a la condena que estaba sirviendo.
Pedro Alonso López pensó que, definitivamente, algo no funcionaba
bien en la sociedad o que él había vivido equivocado acerca de la
escala de valores: siete años por robar un automóvil, dos años por
asesinar a cuatro hombres... Quizá, después de todo, la vida humana
valiese menos que la mayoría de los bienes materiales de la vida.
Siempre se aprende algo nuevo.
En 1978 recobró su libertad y, abandonando Bogotá, se encaminó
hacia los faldeos occidentales de la cordillera de los Andes.
Las comunidades andinas, sumidas en un secular desamparo,
ofrecían amplio campo para el objetivo fundamental de su vida:
la venganza.
Allí inició su serie sangrienta, que no tiene parangón en la historia
del crimen
en América latina.
bien en la sociedad o que él había vivido equivocado acerca de la
escala de valores: siete años por robar un automóvil, dos años por
asesinar a cuatro hombres... Quizá, después de todo, la vida humana
valiese menos que la mayoría de los bienes materiales de la vida.
Siempre se aprende algo nuevo.
En 1978 recobró su libertad y, abandonando Bogotá, se encaminó
hacia los faldeos occidentales de la cordillera de los Andes.
Las comunidades andinas, sumidas en un secular desamparo,
ofrecían amplio campo para el objetivo fundamental de su vida:
la venganza.
Allí inició su serie sangrienta, que no tiene parangón en la historia
del crimen
en América latina.
Laceradas por la miseria, las comunidades aborígenes eran un
campo excepcional apto para sus fines, porque los padres, agobiados
y agotados por la necesidad de proveer al hogar del magro sustento diario,
dejaban
abandonados durante largas horas a sus hijos, que vagaban al azar.
Además, moviéndose por las regiones fronterizas de Colombia,
Perú y Ecuador,
López haría más difícil la tarea de las fuerzas policiales; no se equivocó.
Quienquiera tuviese alguna capacidad de persuasión podía cautivar a una
pequeña y
llevarla consigo; difícilmente alguien advirtiese algo anormal en la
conducta de un adulto que se alejaba llevando de la mano a una criatura.
En regiones azotadas por la miseria, bastaba a Pedro Alonso López,
hombre de
modales suaves, la promesa de un dulce, un juguete o una gaseosa para
vencer la desconfianza.
campo excepcional apto para sus fines, porque los padres, agobiados
y agotados por la necesidad de proveer al hogar del magro sustento diario,
dejaban
abandonados durante largas horas a sus hijos, que vagaban al azar.
Además, moviéndose por las regiones fronterizas de Colombia,
Perú y Ecuador,
López haría más difícil la tarea de las fuerzas policiales; no se equivocó.
Quienquiera tuviese alguna capacidad de persuasión podía cautivar a una
pequeña y
llevarla consigo; difícilmente alguien advirtiese algo anormal en la
conducta de un adulto que se alejaba llevando de la mano a una criatura.
En regiones azotadas por la miseria, bastaba a Pedro Alonso López,
hombre de
modales suaves, la promesa de un dulce, un juguete o una gaseosa para
vencer la desconfianza.
Inició en Colombia su terrible ajuste de cuentas, en las aldeas aborígenes
que trepaban los faldeos de la cordillera. Increíblemente, las
desapariciones de las menores no suscitaba demasiada inquietud entre los
aldeanos, pues
era habitual que los chicos semiabandonados huyeran de sus hogares y
se marcharan a las ciudades impulsados por la ilusión de una vida menos
dura.
Solía suceder que algunas comunidades se movilizaran ante la falta de
alguna niña, pero él siempre conseguía eludir sospechas. Se sabe
que al menos en una oportunidad Pedro Alonso fue capturado en Perú,
adonde se había trasladado para escapar de la acción de la
Policía de su patria, movilizada por las inexplicables desapariciones de
decenas de niñas.
Los indios peruanos lo torturaron durante varias horas porque lo
sorprendieron cuando intentaba secuestrar a una niña de 9 años.
La intervención de un misionero protestante le salvó de ser quemado vivo.
Fue entregado a la Policía que, sin someterlo a interrogatorio,
lo deportó a Ecuador; al fin de cuentas, se trataba de denuncias
de indígenas...
que trepaban los faldeos de la cordillera. Increíblemente, las
desapariciones de las menores no suscitaba demasiada inquietud entre los
aldeanos, pues
era habitual que los chicos semiabandonados huyeran de sus hogares y
se marcharan a las ciudades impulsados por la ilusión de una vida menos
dura.
Solía suceder que algunas comunidades se movilizaran ante la falta de
alguna niña, pero él siempre conseguía eludir sospechas. Se sabe
que al menos en una oportunidad Pedro Alonso fue capturado en Perú,
adonde se había trasladado para escapar de la acción de la
Policía de su patria, movilizada por las inexplicables desapariciones de
decenas de niñas.
Los indios peruanos lo torturaron durante varias horas porque lo
sorprendieron cuando intentaba secuestrar a una niña de 9 años.
La intervención de un misionero protestante le salvó de ser quemado vivo.
Fue entregado a la Policía que, sin someterlo a interrogatorio,
lo deportó a Ecuador; al fin de cuentas, se trataba de denuncias
de indígenas...
Ecuador fue, pues, la tercera etapa de su camino de venganza.
Obraba siempre con la misma metodología: suaves maneras persuasivas,
promesas de dulces y juguetes, el traslado de la menor a algún paraje
desolado, la violación, el asesinato y el entierro del cadáver. Sólo mataba
de día,
porque, como confesó al ser definitivamente capturado, le producía e
máximo placer sexual contemplar cómo la llama de la vida se apagaba
lentamente en los ojos de sus pequeñas víctimas mientras eran
estranguladas.
La serie sangrante en Ecuador concluyó abruptamente en abril de 1980,
cuando una inundación barrió los suelos de la periferia de Ambato y dejó
al descubierto varios cadáveres. Apenas unos días más tarde, su intento
de secuestrar a otra criatura fue frustrado por los gritos de auxilio
proferidos por una hermanita de la inminente víctima.
Pedro Alonso López fue capturado por algunos lugareños y entregado a la
Policía, que vinculó el fallido secuestro con el hallazgo de los cadáveres
en Ambato.
Obraba siempre con la misma metodología: suaves maneras persuasivas,
promesas de dulces y juguetes, el traslado de la menor a algún paraje
desolado, la violación, el asesinato y el entierro del cadáver. Sólo mataba
de día,
porque, como confesó al ser definitivamente capturado, le producía e
máximo placer sexual contemplar cómo la llama de la vida se apagaba
lentamente en los ojos de sus pequeñas víctimas mientras eran
estranguladas.
La serie sangrante en Ecuador concluyó abruptamente en abril de 1980,
cuando una inundación barrió los suelos de la periferia de Ambato y dejó
al descubierto varios cadáveres. Apenas unos días más tarde, su intento
de secuestrar a otra criatura fue frustrado por los gritos de auxilio
proferidos por una hermanita de la inminente víctima.
Pedro Alonso López fue capturado por algunos lugareños y entregado a la
Policía, que vinculó el fallido secuestro con el hallazgo de los cadáveres
en Ambato.
López mantuvo un inquebrantable mutismo en los interrogatorios, hasta
que un sagaz detective ideó la forma de hacerlo hablar. Convencieron
al sacerdote Córdoba Gudiño para que cambiase su hábito por humildes
vestimentas de paisano y lo encerraron en la misma celda que el presunto
asesino serial. Un solo día de diálogo bastó al religioso para ganar
la confianza del colombiano apacible y ver abrirse las puertas del horror:
con absoluta serenidad, Pedro Alonso López comenzó a narrarle
algunos de los centenares de crímenes que había perpetrado en
Colombia,
Perú y Ecuador. No se trataba del vano alarde de un mitómano,
porque lo confesó todo a los investigadores. Según sus recuentos,
había asesinado a unas 110 niñas en Ecuador, un centenar en Colombia
y más de 100 en Perú. Con alucinante alarde de insensibilidad,
explicó que le gustaban más las pequeñas ecuatorianas, porque
eran más inocentes, confiaban más en la palabra de los extraños.
Como no era fácil para los policías creer en todo lo que les contaba,
el asesino se ofreció a guiarlos hasta los lugares donde enterraba a
sus víctimas: en una sola de las tumbas colectivas fueron encontrados
los cadáveres de 53 niñas de entre 8 y 12 años de edad. Ya no hubo dudas.
Más aún: según un alto funcionario del Sistema Penitenciario ecuatoriano,
excederían de 400 los crímenes cometidos por el llamado
“Monstruo de los Andes”. La Justicia de Ecuador lo condenó a reclusión
perpetua.
Y aun le aguardan juicios y sentencias seguramente similares en
Perú y Colombia...
que un sagaz detective ideó la forma de hacerlo hablar. Convencieron
al sacerdote Córdoba Gudiño para que cambiase su hábito por humildes
vestimentas de paisano y lo encerraron en la misma celda que el presunto
asesino serial. Un solo día de diálogo bastó al religioso para ganar
la confianza del colombiano apacible y ver abrirse las puertas del horror:
con absoluta serenidad, Pedro Alonso López comenzó a narrarle
algunos de los centenares de crímenes que había perpetrado en
Colombia,
Perú y Ecuador. No se trataba del vano alarde de un mitómano,
porque lo confesó todo a los investigadores. Según sus recuentos,
había asesinado a unas 110 niñas en Ecuador, un centenar en Colombia
y más de 100 en Perú. Con alucinante alarde de insensibilidad,
explicó que le gustaban más las pequeñas ecuatorianas, porque
eran más inocentes, confiaban más en la palabra de los extraños.
Como no era fácil para los policías creer en todo lo que les contaba,
el asesino se ofreció a guiarlos hasta los lugares donde enterraba a
sus víctimas: en una sola de las tumbas colectivas fueron encontrados
los cadáveres de 53 niñas de entre 8 y 12 años de edad. Ya no hubo dudas.
Más aún: según un alto funcionario del Sistema Penitenciario ecuatoriano,
excederían de 400 los crímenes cometidos por el llamado
“Monstruo de los Andes”. La Justicia de Ecuador lo condenó a reclusión
perpetua.
Y aun le aguardan juicios y sentencias seguramente similares en
Perú y Colombia...
En un reportaje que en 1999 concedió en la cárcel al periodista
estadounidense Ron Laytner, Pedro Alonso López dio detalles
escalofriantes de su vesanía:
“Me sentía satisfecho con un asesinato si lograba ver los ojos de la víctima.
Había un momento divino cuando ponía mis manos alrededor del cuello
de las niñas y observaba cómo se iba apagando la luz de sus ojos.
El instante de la muerte es terriblemente excitante. Una niña necesita
unos 15 minutos para morir”. Y proclamó orgullosamente:
“Soy el hombre del siglo. Nadie podrá olvidarme”.
estadounidense Ron Laytner, Pedro Alonso López dio detalles
escalofriantes de su vesanía:
“Me sentía satisfecho con un asesinato si lograba ver los ojos de la víctima.
Había un momento divino cuando ponía mis manos alrededor del cuello
de las niñas y observaba cómo se iba apagando la luz de sus ojos.
El instante de la muerte es terriblemente excitante. Una niña necesita
unos 15 minutos para morir”. Y proclamó orgullosamente:
“Soy el hombre del siglo. Nadie podrá olvidarme”.
ED GEIN:
Famoso asesino tejano que mató y despellejó a más de treinta personas,
en la década de 1950, con el fin de transformarse en mujer con la piel de
sus víctimas.
en la década de 1950, con el fin de transformarse en mujer con la piel de
sus víctimas.
JEFFREY DAHMER:
"El Carnicero de Milwaukee": un joven homosexual nacido en la
parte más represiva de EEUU, asocial y aficionado a abrir
cadáveres de animales. Llegó a cometer en su vida adulta unos
25 asesinatos de chicos jóvenes, con los que ligaba en bares gay,
para poder abusar de sus cadáveres.
parte más represiva de EEUU, asocial y aficionado a abrir
cadáveres de animales. Llegó a cometer en su vida adulta unos
25 asesinatos de chicos jóvenes, con los que ligaba en bares gay,
para poder abusar de sus cadáveres.
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